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Puesta en valor del teatro Municipal

Un aspecto completamente inusual presenta, por estos días, el interior del teatro Municipal, con el piso de su sala principal en plena restauración y la reconstrucción de su revoque de frente, desde el nivel de piso hasta una altura de dos metros.

Los trabajos fueron recorridos, en la mañana de ayer, por el intendente municipal Cristian Breitenstein, quien concurrió al lugar acompañado por el secretario de Gobierno, Gustavo Mena, y el titular del Instituto Cultural, Federico Weyland.

La obra, licitada en diciembre de 2007, se realiza con fondos provenientes del ministerio de Planificación Federal de la Nación, estando a cargo de la empresa Proyectos y Obras Americanas SA (Proa SA), con un presupuesto de $ 903.076,21 y un plazo de ejecución de 120 días.

La puesta en valor incluye la reparación parcial de su cubierta de chapa, el arreglo de cielorrasos en distintas dependencias, el retapizado de butacas y el reemplazo de las tablas deterioradas del piso de pinotea de la sala, el cual será posteriormente pulido y encerado.

En el escenario, se construirán estructuras metálicas, dos sobre cada pared lateral y otra sobre la boca del mismo, que permitirán sostener elementos de iluminación, mientras que en los muros perimetrales se aplicará un sistema de electroósmosis, para evitar el ascenso de humedad.

De acuerdo con la expectativa de Enrique Agesta, director del teatro, las mejoras permitirán celebrar los 85 años de nuestro principal coliseo, el 9 de agosto venidero, con el edificio completamente remozado.

 

Una obra, un barrio

La ubicación del teatro Municipal en la esquina de Alsina y la avenida Alem fue una arriesgada jugada urbana de quien fuera cuatro veces intendente municipal, don Jorge Moore.

A él correspondió la decisión de adquirir, en 1909, la quinta Erize, en el denominado «barrio de las ranas», limitada  por las calles Belgrano y Alsina, entre Dorrego y Corrientes.

El principal objetivo de Moore, además de ubicar allí el teatro, fue «hacer crecer» hacia las afueras una ciudad enviciada en aglutinar sus edificios principales en unas pocas cuadras alrededor de la plaza Rivadavia.

El resto del terreno sería loteado para dar lugar a un novedoso «barrio jardín», de bonitas casas y nutrido arbolado.  Casi de inmediato, los diarios de la época reflejaron el malestar de los vecinos por considerar que el teatro quedaría «lejos», dificultando la concurrencia de la gente.

El panorama era, por ejemplo, que una mujer vestida para una función de gala descendía del tranvía en las primeras  cuadras de calles Chiclana o San Martín y, desde allí, debía caminar al menos seis cuadras con sus voluminosas prendas o, en el peor de los casos, tomar un carruaje de alquiler que le cobraría un peso por el traslado.

Inaugurado el 9 de agosto de 1913, el teatro consolidó de muy buena manera un sector por entonces despoblado, revitalizó la avenida Alem y, rodeado por dos plazoletas, se convirtió, en el tiempo, en el símbolo por excelencia de una ciudad que, también desde la cultura, daba cuenta de su potencial.

Mario Minervino / «La Nueva Provincia»

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